Recuerdo la primera vez que te vi
en la parada del metro de RAI en Amsterdam. Tu estabas recostado en un poste esperando el
metro 50 y yo estaba sentada en uno de los asientos del metro 51. Nuestras miradas se cruzaron por varios
instantes. Después disimuladamente pasábamos la mirada y volvíamos a unirla por una fracción de segundo. Me cautivaron tus ojos verdes. Tenías una mirada melancólica y sensual a la
vez. Mi metro empezó a avanzar lentamente entonces si que nos vimos descaradamente
e hicimos un silencioso pacto de volver a vernos.
Mi sorpresa fue encontrarte un par de meses
después en el centro de Paris. Estaba por el Arco del Triunfo cuando te vi con
un mapa en la mano y una chica a tu lado. Te reconocí enseguida. ¡Cómo olvidarme
de esos hermosos ojos verdes! Al tiempo que te reconocí tu me miraste y también
me reconociste. Cruzaste palabras con la
chica y te me acercaste lentamente. Me
preguntaste: “¿te conozco?”, me sonreí.
Te dije que hacía un par de meses nos habíamos visto en Amsterdam, tú en
la parada y yo en el metro. No recordaste para nada la ocasión
pero si que mi rostro se te hacía familiar.
La chica con la que estabas te llamó y me dijiste adiós sin dejar de
verme.
Pasaron seis meses y llegó la Navidad. Decidí pasarla en Berlin. Hacía mucho frío pero los mercados navideños
hacían de Berlin un lugar acogedor y familiar.
Estaba en el Mercado Navideño de Alexanderplatz cuando te vi de
nuevo. Esta vez estabas con tus padres. Yo me hice la disimulada pero no tardaste en
verme. Llegaste a hablarme. Esta vez si recordabas quién era yo. Volver
a ver esos ojos verdes en otra ciudad era algo insólito. Me preguntaste mi nombre y te dije
que me llamaba Amanda. Me contaste que
tu nombre era Andrés y que vivias en Amsterdam.
Te dije que yo también. Me
contaste que la chica con la que te había visto en Paris ya era historia. Querías seguir hablando conmigo pero tus
padres ya se querían ir. Me pediste el
número de teléfono y te lo di.
Pasaron varios días y no recibí ninguna llamada
o texto tuyo y creí que te había dado el número de teléfono equivocado. Los días de invierno se hicieron largos y
aunque te tenía presente en mis pensamientos conocí a Maurizzio, un italiano que
acababa de venirse a vivir a Amsterdam. El invierno lo pasamos más que nada entre las
sábanas y para la primavera ya estábamos enamorados. Decidimos irnos un fin de semana a Roma a
conocer a su familia. Cuando íbamos en
el avión tuve ganas de ir al baño y me dirigí hacia ahí cuando para mi sorpresa
estabas esperando en la puerta del baño y
de nuevo mi mirada se cruzó con esos hermosos ojos verdes. Nos saludamos y hablamos de lo extraño
que era vernos de nuevo fuera de Amsterdam.
Me contaste que no pudiste llamarme porque alguien te robó el celular en
Berlin y me preguntaste si podías obtener mi número de nuevo. Con un poco de vergüenza te conté que estaba saliendo con alguien y que
era mejor no darte mi número. Dijiste
que lo comprendías y luego entraste al baño y yo entré al otro. Cuando salí ya no te vi y fui a sentarme
junto a Maurizzio.
Mientras él me daba besos y me decía lo contento
que estaba de que yo conociera a su familia yo no podia olvidar que tú estabas
en ese avión y que te acababa de decir que no quería darte mi número de
teléfono. Le dije a Maurizzio que me
esperara y empecé a buscarte por todo el avión.
Maurizzio me observaba mientras la azafata me anunciaba que tenía que
sentarme porque ya íbamos a descender.
Le dije que ya iba a mi asiento pero seguí buscándote. Te encontré hasta adelante con los audífonos
puestos. Te toqué el hombro y
cuando te quitaste los audífonos te dije: “Está bien. Te doy mi número de teléfono con la condición que me des el tuyo esta
vez”. Me preguntaste: “¿ y tu chico?” te contesté: “ya veré como arreglo ese asunto.” Nos dimos
el número mientras el piloto anunciaba el descenso y rápidamente regresé a mi
asiento mientras guardaba tu número en una bolsa de mi chaqueta.
Maurizzio me preguntó qué había pasado y le
dije que me había parecido ver a alguien conocido pero no era quien
pensaba. Pasé el fin de semana en Roma
entre la familia de Maurizzio, comida y vino pensando en tí.
Al término del fin de semana Maurizzio me dijo
que me notaba extraña y le dije que necesitaba tiempo, que sentía que todo
entre nosotros iba demasiado rápido.
Maurizzio estaba confundido pero decidió darme el tiempo necesario. La
verdadera razón es que te tenía en el pensamiento. No podia ser que a cada ciudad Europea que
fuera te iba a encontrar y no donde vivíamos.
Cuando llegué a casa encendí el teléfono que mantuve apagado durante
todo el fin de semana. Al verlo, había
un mensaje de texto tuyo que decía: “Cada vez que te veo estas más guapa. Un
beso. Andrés”.
Te escribí un mensaje de regreso que
contestaste enseguida y no dejamos de mensajearnos en todo el día. Me preguntaste si quería tomar una copa
contigo y te dije que si. Quedamos para
el siguiente día.
Al siguiente día al verte sentí
que mi estómago me daba un vuelco. No podia entender por qué me sentía
tan atraída por ti. Yo creía que amaba a
Maurizzio pero al estar contigo supe que no era así. Hablábamos y coqueteábamos al mismo
tiempo. A veces rozábamos las manos y yo
sentía una corriente eléctrica que recorría todo mi cuerpo.
Después de dos cervezas estábamos tan juntos
que sabíamos lo que se venía. Terminamos
besándonos apasionadamente. Después nos
fuimos directo a la cama y pasamos la noche juntos. A partir de esa noche nos hicimos
inseparables.
Tuve que terminar la relación con Maurizzio. Le
rompí el corazón ya que él si se había enamorado de mí. Nos vio un día en el parque y lo ví
retirarse con lágrimas en los ojos. Me
sentí como un ogro en ese momento pero luego al ver tus bellos ojos verdes se me
olvidó por completo. Amaba perderme en esos ojos verdes y besarte después.
Tres meses después cuando yo estaba más
enamorada que nunca me llamaste una noche y me dijiste que estabas
confundido. Que la chica con la que te
había visto en Paris te había contactado y te había dicho que quería regresar
contigo. Que con ella había algo especial que había durado años y que a veces
sentías que la extrañabas. Sentí como un
balde de agua fría me caía encima. No podia
creer que después de tanta felicidad y tantas coincidencias todavía tuvieras
dudas de nuestro amor. Me pediste una
semana para pensar que era lo que querías hacer. Esa semana lo cambió todo. Aparecieron miedos, inseguridades, celos,
ironías, caprichos, reproches de donde no habían existido antes. Cuando se llegó el día en que supuestamente
me ibas a decir qué habías decidido yo sentía morirme y tú ni siquiera te
dignaste en llamarme. Ahí supe la
respuesta.
Yo me deprimí y lloré intensamente por días. Juré no volver a amar y no volver a dar mi
corazón de esa manera. Hasta tuve la
osadía de llamar a Maurizzio con la intención de vengar tu partida entre sus
brazos pero él ya no quizo saber de mí.
Me sentía solitaria y triste. Tres meses después decidí viajar para
distraerme. Sabía que estabas con esa
chica así que el porcentaje de encontrarte en otra ciudad europea era casi
nula.
No decidí ningún destino popular sino que una
ciudad que casi nadie visita: la ciudad
de Belfast en Irlanda. Jamás en
la vida se te ocurriría ir ahí.
Tomé el avión y me fui a Belfast. El primer día, recorrí la ciudad como por tres
horas y al cansarme me senté en un
café. Estaba escudriñando el mapa cuando
alguien se sentó a la par mía en mi mesa.
Tenía miedo de voltear a ver. Mi
corazón palpitaba fuertemente al pensar que eras tú, de nuevo y de casualidad,
en esa ciudad perdida de Europa. Una voz
sensual y con acento inglés me preguntó
de dónde era. Respiré profundo. La maldición de mis encuentros contigo se
había roto. Voltée a ver y era un chico
atractivo de ojos azules. A partir de
ese momento me dejaron de gustar los ojos verdes. Ahora me gustan los ojos azules.
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