jueves, 17 de abril de 2014

Esos Ojos Verdes






Recuerdo la primera vez que te vi en la parada del metro de RAI en Amsterdam.  Tu estabas recostado en un poste esperando el metro 50 y yo estaba sentada en uno de los asientos del metro 51.  Nuestras miradas se cruzaron por varios instantes.  Después disimuladamente pasábamos la mirada y volvíamos a unirla por una fracción de segundo.  Me cautivaron tus ojos verdes.  Tenías una mirada melancólica y sensual a la vez. Mi metro empezó a avanzar lentamente entonces si que nos vimos descaradamente e hicimos un silencioso pacto de volver a vernos.

Mi sorpresa fue encontrarte un par de meses después en el centro de Paris. Estaba por el Arco del Triunfo cuando te vi con un mapa en la mano y una chica a tu lado.  Te reconocí enseguida. ¡Cómo olvidarme de esos hermosos ojos verdes! Al tiempo que te reconocí tu me miraste y también me reconociste.  Cruzaste palabras con la chica y te me acercaste lentamente.  Me preguntaste: “¿te conozco?”,  me sonreí.  Te dije que hacía un par de meses nos habíamos visto en Amsterdam, tú en la parada y yo en el metro.  No recordaste para nada la ocasión pero si que mi rostro se te hacía familiar.  La chica con la que estabas te llamó y me dijiste adiós sin dejar de verme.  

Pasaron seis meses y llegó la Navidad.  Decidí pasarla en Berlin.  Hacía mucho frío pero los mercados navideños hacían de Berlin un lugar acogedor y familiar.  Estaba en el Mercado Navideño de Alexanderplatz cuando te vi de nuevo.  Esta vez estabas con tus padres.  Yo me hice la disimulada pero no tardaste en verme.   Llegaste a hablarme.  Esta vez si recordabas quién era yo. Volver a ver esos ojos verdes en otra ciudad era algo insólito. Me preguntaste mi nombre y te dije que me llamaba Amanda.  Me contaste que tu nombre era Andrés y que vivias en Amsterdam.  Te dije que yo también.  Me contaste que la chica con la que te había visto en Paris ya era historia.  Querías seguir hablando conmigo pero tus padres ya se querían ir.  Me pediste el número de teléfono y te lo di.  

Pasaron varios días y no recibí ninguna llamada o texto tuyo y creí que te había dado el número de teléfono equivocado.  Los días de invierno se hicieron largos y aunque te tenía presente en mis pensamientos conocí a Maurizzio, un italiano que acababa de venirse a vivir a Amsterdam.  El invierno lo pasamos más que nada entre las sábanas y para la primavera ya estábamos enamorados.  Decidimos irnos un fin de semana a Roma a conocer a su familia.  Cuando íbamos en el avión tuve ganas de ir al baño y me dirigí hacia ahí cuando para mi sorpresa estabas esperando en la puerta del baño y de nuevo mi mirada se cruzó con esos hermosos ojos verdes.  Nos saludamos y hablamos de lo extraño que era vernos de nuevo fuera de Amsterdam.  Me contaste que no pudiste llamarme porque alguien te robó el celular en Berlin y me preguntaste si podías obtener mi número de nuevo.   Con un poco de vergüenza te conté que estaba saliendo con alguien y que era mejor no darte mi número.  Dijiste que lo comprendías y luego entraste al baño y yo entré al otro.  Cuando salí ya no te vi y fui a sentarme junto a Maurizzio.  

Mientras él me daba besos y me decía lo contento que estaba de que yo conociera a su familia yo no podia olvidar que tú estabas en ese avión y que te acababa de decir que no quería darte mi número de teléfono.  Le dije a Maurizzio que me esperara y empecé a buscarte por todo el avión.  Maurizzio me observaba mientras la azafata me anunciaba que tenía que sentarme porque ya íbamos a descender.  Le dije que ya iba a mi asiento pero seguí buscándote.  Te encontré hasta adelante con los audífonos puestos.  Te toqué el hombro y cuando te quitaste los audífonos te dije: “Está bien.  Te doy mi número de teléfono con la condición que me des el tuyo esta vez”.  Me preguntaste: “¿ y tu chico?” te contesté: “ya veré como arreglo ese asunto.” Nos dimos el número mientras el piloto anunciaba el descenso y rápidamente regresé a mi asiento mientras guardaba tu número en una bolsa de mi chaqueta.  

Maurizzio me preguntó qué había pasado y le dije que me había parecido ver a alguien conocido pero no era quien pensaba.  Pasé el fin de semana en Roma entre la familia de Maurizzio, comida y vino pensando en tí.

Al término del fin de semana Maurizzio me dijo que me notaba extraña y le dije que necesitaba tiempo, que sentía que todo entre nosotros iba demasiado rápido.  Maurizzio estaba confundido pero decidió darme el tiempo necesario.   La verdadera razón es que te tenía en el pensamiento.  No podia ser que a cada ciudad Europea que fuera te iba a encontrar y no donde vivíamos.  Cuando llegué a casa encendí el teléfono que mantuve apagado durante todo el fin de semana.  Al verlo, había un mensaje de texto tuyo que decía: “Cada vez que te veo estas más guapa. Un beso. Andrés”.

Te escribí un mensaje de regreso que contestaste enseguida y no dejamos de mensajearnos en todo el día.  Me preguntaste si quería tomar una copa contigo y te dije que si.  Quedamos para el siguiente día.

Al siguiente día al verte sentí que mi estómago me daba un vuelco.  No podia entender por qué me sentía tan atraída por ti.  Yo creía que amaba a Maurizzio pero al estar contigo supe que no era así.  Hablábamos y coqueteábamos al mismo tiempo.  A veces rozábamos las manos y yo sentía una corriente eléctrica que recorría todo mi cuerpo.

Después de dos cervezas estábamos tan juntos que sabíamos lo que se venía.  Terminamos besándonos apasionadamente.  Después nos fuimos directo a la cama y pasamos la noche juntos.  A partir de esa noche nos hicimos inseparables.  

Tuve que terminar la relación con Maurizzio. Le rompí el corazón ya que él si se había enamorado de mí.  Nos vio un día en el parque y lo ví retirarse con lágrimas en los ojos.  Me sentí como un ogro en ese momento pero luego al ver tus bellos ojos verdes se me olvidó por completo.  Amaba perderme en esos ojos verdes y besarte después.  

Tres meses después cuando yo estaba más enamorada que nunca me llamaste una noche y me dijiste que estabas confundido.  Que la chica con la que te había visto en Paris te había contactado y te había dicho que quería regresar contigo. Que con ella había algo especial que había durado años y que a veces sentías que la extrañabas.  Sentí como un balde de agua fría me caía encima.  No podia creer que después de tanta felicidad y tantas coincidencias todavía tuvieras dudas de nuestro amor.  Me pediste una semana para pensar que era lo que querías hacer.  Esa semana lo cambió todo.  Aparecieron miedos, inseguridades, celos, ironías, caprichos, reproches de donde no habían existido antes.  Cuando se llegó el día en que supuestamente me ibas a decir qué habías decidido yo sentía morirme y tú ni siquiera te dignaste en llamarme.  Ahí supe la respuesta.  

Yo me deprimí y lloré intensamente por días.  Juré no volver a amar y no volver a dar mi corazón de esa manera.  Hasta tuve la osadía de llamar a Maurizzio con la intención de vengar tu partida entre sus brazos pero él ya no quizo saber de mí.  Me sentía solitaria y triste. Tres meses después decidí viajar para distraerme.  Sabía que estabas con esa chica así que el porcentaje de encontrarte en otra ciudad europea era casi nula.

No decidí ningún destino popular sino que una ciudad que casi nadie visita:  la ciudad de Belfast en Irlanda.  Jamás en la vida se te ocurriría ir ahí.

Tomé el avión y me fui a Belfast.  El primer día, recorrí la ciudad como por tres horas y al cansarme  me senté en un café.  Estaba escudriñando el mapa cuando alguien se sentó a la par mía en mi mesa.  Tenía miedo de voltear a ver.  Mi corazón palpitaba fuertemente al pensar que eras tú, de nuevo y de casualidad, en esa ciudad perdida de Europa.  Una voz sensual  y con acento inglés me preguntó de dónde era.  Respiré profundo.  La maldición de mis encuentros contigo se había roto.  Voltée a ver y era un chico atractivo de ojos azules.  A partir de ese momento me dejaron de gustar los ojos verdes.  Ahora me gustan los ojos azules.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario