miércoles, 22 de agosto de 2012

Paige




Paige era un americano que trabajaba para la empresa de Telecomunicaciones que había contratado a la empresa en la cual yo trabajaba en Guatemala.  Por razones de trabajo, nos tocó pasar un día juntos, yendo de lugar en lugar, donde se habían construido las torres de telecomunicaciones para que él les diera la inspección final.  Era un chico de treinta años de cabello largo y negro.  También sus ojos eran de un negro azabache.  Le gustaba usar chaquetas de cuero y casi siempre usaba lentes oscuros.  Eso le daba un misterioso encanto.  Yo en apenas mis veintitrés primaveras me cautivé con su presencia en el primer instante. 

El día que nos tocó trabajar juntos, tuvimos mucho tiempo para hablar mientras cubríamos largas distancias en carro.  Era caballeroso, divertido, interesante y espontáneo. Hablaba perfecto español ya que había trabajado para las fuerzas especiales del ejército de Estados Unidos. Lo habían enviado a lugares de conflicto en Latinoamérica y eso lo había obligado a aprender el idioma.  Después de ocho años había decidido dejar el ejército y ahora era gerente de proyectos.  Se había casado con anterioridad pero su esposa había muerto de Cáncer.  Desde que su esposa muriera procuraba no estar en Estados Unidos ya que todo le recordaba a ella.  Hablamos tanto de su vida como de la mía.  Yo le conté que estaba soltera porque la Universidad me quitaba mucho tiempo.  

Conectamos desde el primer momento y recuerdo que lo más especial de ese día fue haberlo llevado a un restaurante de comida típica guatemalteca.  En ese restaurante se hacían tortillas en el momento y lo puse a él a hacer una.  Cómo nos reímos de la ocurrencia.  Yo tenía la norma de no involucrarme sentimentalmente con compañeros de trabajo no importando las circunstancias y era muy difícil seguir esa norma ante un hombre como Paige. Pero aun así, decidí cumplirla. 

Nunca más nos pusieron a trabajar juntos aunque lo veía de vez en cuando en mi oficina.  Hablábamos un poco pero todo bajo un código laboral. Cada vez que lo veía procuraba no mostrar lo mucho que me gustaba.  Era muy difícil porque me atraía demasiado. 

Después de varios meses él aceptó un proyecto en Haití y no lo vi más.  Recuerdo un día recibir una llamada de larga distancia y era Paige.  Me preguntaba como me iba y que tal estaban las cosas por Guatemala.  Yo estaba sorprendida de su llamada ya que no tenía por qué hacerlo.  Hablamos de todo un poco y al colgar yo no sabía que pensar de la llamada.  No me volvió a llamar más.

Dejé de trabajar para esa empresa y me puse a trabajar para otra también de telecomunicaciones.  Ya habían pasado dos años desde que Paige se fuera a Haití.  Estaba una mañana de verano caminando hacia mi trabajo que quedaba enfrente de un hotel 5 estrellas y vi a Paige saliendo del hotel.  Nos saludamos efusivamente y le di mi número de teléfono y mi correo electrónico para que se comunicara conmigo.  Él estaba a punto de aceptar un proyecto en Guatemala y venía a firmar el contrato. 

Cada día me encontraba esperando alguna llamada o correo de él pero nada.  A los ocho días recibí un correo de Paige en el que me invitaba a cenar.  Yo estaba entusiasmada de al fin poder tener una cita con él.  Así que acepté. 

Procuré ponerme el vestido más bonito y sexi que tenía: uno rojo muy ajustado.  Zapatos negros con rojo y los labios también rojos. Tenía el cabello recogido con unos rizos que bailaban disimulados al compás de mis caderas. Llevaba en la mano una bolsa negra. 

Cuando Paige me vio se notaba que estaba impresionado.  Fuimos a cenar y él ordenó una botella de vino.  Nos embriagamos bajo la luz de las velas.  Nos rozábamos las manos y disimuladamente mi pierna rozaba la suya.  Reíamos y hablábamos de todo.

La química que había entre el y yo estaba en efervescencia.   No podía esperar a que se terminara la cena y me llevara a su habitación.  Cuando terminó la cena fuimos al parqueo del carro y ya que él no lo hacia tomé el impulso de besarlo en los labios. Fue un beso tierno y breve.  Tuve que ponerme de puntillas para alcanzar sus labios tibios.  Me voltee sobre las puntas para seguir caminando y él me jaló de la mano hacia él y me besó como que si fuera un beso en un cuento de hadas. Nos comimos los labios con tanto entusiasmo por lo que pareció una eternidad.

Fui a su casa y entre besos y caricias me disculpé para ir al baño.  Estaba sin aliento antes del momento anticipado. Necesitaba refrescarme.  Mientras tanto él había puesto una música rock a todo volumen. Cuando regresé con un poco más de aire en los pulmones y lo besé, sentí un sabor raro en mis labios y la lengua se me durmió al instante.  Cuando le pregunté que era me dijo que era cocaína.  Le dije que no me gustaba que la usara y menos conmigo así que lo que quedaba de ella la vertió en el inodoro y la dejó ir.

Seguimos en los besos y caricias y la ropa empezó a volar por la habitación.  Y luego sucedió algo inesperado.  Tomó un cuchillo y se hizo una herida en el pecho.  Me dijo que el dolor le provocaba placer.   Yo observaba como la sangre corría de la herida y ví que habían cicatrices de antiguas heridas en todo su pecho.   Me asusté.  Empecé a vestirme y le pedí que me llevara a casa.  Él se disculpaba constantemente pero yo estaba tan decepcionada intentando procesar la información de lo que había sucedido esa noche que no le dirigí la palabra más.

Paige me envió un largo email al siguiente día explicándome que había estado con una chica en Haití que era un poco loca y depravada y que le había hecho acostumbrarse a hacer el amor solamente si se herían mutuamente.  Me pidió perdón y me dijo que quería empezar de nuevo y haría todo lo que yo le pidiera pero que quería estar conmigo no solo para sexo sino que para una relación.  La verdad es que me dio un poco de tristeza saber de que se había enredado con alguien así y decidí darle otra oportunidad.

Nos vimos de nuevo a los tres días. .  Esta vez le dije que fuera a mi casa. Era otro Paige.  Un Paige más romántico, más sumiso, más tranquilo.  Le dije que le iba a enseñar a hacer el amor sin dolor.  Puse una música suave, algunas velas y le puse una venda en los ojos.  Estando parados pasé mis manos por todo su cuerpo de una manera suave. Mis dedos jugueteaban con sus pezones o con su cintura, con sus caderas, con sus muslos. Todo por encima de la ropa.  El, con los ojos cerrados, me pedía más.  Luego le puse las manos sobre mí para que explorara cada rincón de mi cuerpo.  Me pasó las manos por mis pechos, por mi ombligo, rodeó mi cintura, me tomó de las caderas para bajar sus manos hasta las curvaturas de mis piernas. Nos desnudamos lentamente y nos acostamos. Mientras él seguía con la venda en los ojos empezamos a hacer el amor.  Yo le besaba tiernamente el pecho, en cada cicatriz, en la herida que se había hecho ese día que salimos.  Me di cuenta que también tenía cicatrices en las piernas, en los brazos y en la espalda. 

En eso vi que lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.  Primero era un sollozo silencioso y luego un llanto incontenible.  Lo abracé y le di mil besos.  Se calmó al rato y culminamos la noche en un intenso orgasmo.

Le enseñé a hacer el amor sin mezclarlo con dolor pero poco sabía yo que él estaba herido en el alma. Que lo que había vivido con su esposa que se murió de Cáncer, con las misiones ultra secretas de las fuerzas especiales a las que perteneció y con la experiencia que tuvo con esa chica de Haití que estaba un poco tocada de la cabeza, habían hecho de él una persona torturada por sus pesadillas que no le dejaban ser feliz.   Vivimos muchas cosas tristes, otras un tanto dramáticas pero sobre todo cosas que me hacían darme cuenta  cada vez más que la imagen que tenía de un Paige caballeroso, divertido, interesante y espontáneo era solo una ilusión.   Eran contados los momentos en los que podíamos reír sin perder el encanto y sin martirizarnos con los recuerdos que todavía rondaban como fantasmas permanentes en su vida cotidiana.

Lo ame si que lo ame.  Creo que lo ame desde que nos pusieron a trabajar juntos por una única vez.  Pero el amor se perdió gracias a toda esa carga negativa que una persona con muchos traumas trae encima, como un condenado a muerte que vive a diario con cadenas pesadas y oxidadas.

Al dejarlo seis meses después, le había enseñado a amar sin dolor si, pero no había podido curarle las demás heridas. Él succionaba mi energía de una manera tal que necesitaba guardar distancia.

Me pidió que nos hablaramos por última vez.  Me fue a traer a mi casa en su carro.  Tenía una mirada distante y fría cuando me subí.  Sus ojos eran un témpano de hielo que venía desde el último rincón de su alma.  El carro tenía el control manual de puertas del lado del conductor.  Paige cerró con llave las cuatro puertas de su carro y me dijo: “Si tú no eres mía, no serás de ninguno”.  Aceleró el carro en una avenida concurrida de la ciudad y se pasaba los semáforos en rojo mientras yo le gritaba que parara y él reía descontroladamente.  Era obvio que quería que nos matáramos. Después de forcejear un poco con él como pude acerqué mi mano al control manual de puertas y logré abrir la puerta de mi lado.  Me tiré al pavimento.  Era preferible tener moretones y raspones que morir en un carro acelerado.

Ya sabía la rutina.  Al siguiente día me enviaría un correo disculpándose y culpando ya fuera a su esposa muriéndose de Cáncer, o las misiones de las fuerzas especiales a las que fue o a esa chica haitiana.  Siempre era lo mismo.

Nunca más volví a verlo después de ese episodio del carro.  Supe que se había ido a otro proyecto en África. Paige me había hecho una promesa en sus momentos de locura en los cuales decía que si yo lo dejaba él se iba a quitar la vida.  Se la quitó meses después.  La versión oficial era que se había muerto del corazón y la extraoficial de que se había muerto de una sobredosis de cocaína.  Estoy segura que fue él que le dio fin a su vida marchita. 

Algunas noches me entra la nostalgia y lo recuerdo como al Paige del cual me enamoré.  Del cuál hubiera querido conocer antes que los traumas de su vida lo arruinaran.  Como al Paige que me hubiera podido haber hecho feliz.


Descansa en paz mi amor. 









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