martes, 31 de mayo de 2011

Mi primera experiencia en el Mundo Occidental


     
-    A ver, mucho gusto, soy el oficial Hans Hoelsman.  Siéntese por favor e identifíquese.

-          Soy Lobsang, vine a Europa por orden del Dalai Lama a abrir un monasterio en Dijón, Francia. Vengo a poner una denuncia.   

-          A ver explique que fue lo que pasó. Permítame que encienda la computadora.  Ya está.

-          ¡Estoy cabreado y me siento humillado!  Tuve una mala experiencia en el Aeropuerto de Amsterdam.   

-          Dígame detalladamente que fue lo que sucedió.

-          Al pasar por la máquina que chequea cosas de metal, los de seguridad descubrieron que llevaba algo dentro de mi túnica.  Uno de los guardias me preguntó qué era lo que llevaba escondido.  Y yo, amable, le expliqué que los monjes tibetanos no escondemos cosas.  Le expliqué que en la parte superior de la túnica formamos un bolsón por encima de nuestro abdómen para llevar las cosas que poseemos.  

Entonces me pidió que sacara todo lo que llevaba.  Asi que empecé por sacar la escudilla de madera que usamos para el Tsampa, luego saqué unos amuletos tibetanos, después un cuchillo de acero con mango de madera.  Al sacar el cuchillo noté que el guardia de seguridad puso la mano encima de su pistola.  Saqué una bolsita de cebada tostada y terminé por sacar el Tsampa.

Al ver la bolsa que contenía el Tsampa me preguntó que era eso.  Le dije que era el alimento nacional del Tibet.  Me preguntó que de qué estaba hecho.  Le  expliqué que se hace de cebada que se tuesta y hace que quede de un tono café oscuro. Luego se tritura y se vuelve a tostar para sacar la harina que llevo.  Esta harina la mezclaré con té y me la comeré.  El guardia de seguridad pensó que estaba mintiendo porque abrió la bolsa y se ha llevado una muestra. Lo escuché decir que chequearía si contenía algún tipo de droga. 

-          Pero ¿llevaba drogas? 

-          ¡Por supuesto que no!  El Tsampa es para comer.

-          A bueno,  continúe con su historia.

-          El guardia de seguridad me llevó a una habitación pequeña y gris, sin ventanas, y sin más mobiliario que una mesa y un par de sillas.  Me dejó sólo. Después de esperar un par de horas alguien entró a hablar conmigo.  Se presentó como el jefe de la Seguridad.  Era un hombre musculoso, de 2 metros de altura, y con cara de pocos amigos.  Puso enfrente mío todo lo que yo llevaba en la túnica. Se sentó poniendo los pies encima de la mesa y las manos sosteniendo su cabeza por detrás. Me preguntó qué hacía en Amsterdam y hacia dónde me dirigía.  Le expliqué que su santidad el Dalai Lama me había asignado  a abrir un monasterio en la población de Dijón en Francia.  Me preguntó que hacía con un cuchillo escondido dentro de mi túnica.  Le dije que nosotros utilizamos el cuchillo para afeitarnos la barba. Soltó una carcajada que hizo un eco infernal en la pequeña habitación.

-          ¿En serio usa el cuchillo para afeitarse? ¿No lo utiliza para otra cosa?

-          No.

-          ¿Para defensa personal? Talvez... ¿cazar animales...?

-          ¡NO!

-          Bueno, no se altere, continúe.

-          Me preguntó que de dónde venía.  Le expliqué que yo vivía en un monasterio tibetano en McLeod Ganj, un suburbio de Dharamshala en India. Me preguntó de qué aeropuerto había salido. Le conté que para realizar el viaje tuve que viajar en caballo desde McLeod Ganj hasta Shahpur, en tren desde Shahpur hasta Nueva Delhi para tomar el avión de Nueva Delhi a Amsterdam.  Me preguntó que por qué en Nueva Delhi no me quitaron todo lo que llevaba escondido en la túnica.  Le expliqué que no escondí nada, que nuestra tradición es llevar todo lo que poseemos en la túnica.  Y le dije que no tengo idea del por qué no me quitaron nada en Delhi. 

Se estiró para acercarse hacia mí.  Puso las manos firmes en la mesa y puso su cara muy cerca de la mía.  Pude sentir su aliento mezclado a tabaco y goma de mascar de menta.  Me preguntó si lo que estaba sobre la mesa era todo lo que poseía. Si tenía maleta.  Le dije que lo que estaba en la mesa no era todo lo que poseía. También poseía lo que llevaba sobre mi cuerpo - refiriéndome a la túnica, las sandalias y el amuleto dorado que me regaló mi madre cuando a los 7 años decidí meterme al monasterio-. Y que no tenía maleta. Pero creo que él no comprendió bien la expresión de ˝sobre mi cuerpo” porque enseguida llamó a otro guardia por el radio y en un idioma que no pude comprender dijo algunas palabras.  Al cabo de algunos minutos entró otro guardia. Era flaco y pálido de un metro sesenta de estatura.  Se puso un guante blanco de plástico en la mano derecha mientras estiraba los dedos esqueléticos chequeando uno a uno si todavía tenían movimiento y me pidió que me quitara la túnica y mi ropa interior.

-          En otras palabras que se quedará desnudo.

-          Si oficial, completamente desnudo.

-          Continúe su historia.

-          Yo no comprendí por qué lo estaba pidiendo pero obedecí las órdenes. Nosotros los monjes no usamos ropa interior así que me quedé completamente desnudo al quitarme la túnica. Estaba acostumbrado a tomar baños comunales con los demás monjes del monasterio pero esto lo encontré muy extraño.  Soy el único que se quita la ropa. Mi cuerpo se encogió mientras intentaba taparme lo que podía. No comprendo el por qué hice eso.  Me pidió que me quitara las sandalias y el amuleto dorado que me regalo mi madre. Le dije que yo nunca me quito el amuleto.  El guardia se acercó a mí y lo arrancó de un jalón.  Grité ahogado y lloré.  Lo tiró en la mesa y no le quité la vista para nada.

Y acá viene lo que quiero denunciar, por favor preste mucha atención: 

Me pidió que abriera las piernas y que pusiera las manos encima de la mesa. El se puso detrás mío para examinarme más de cerca.   No quiero ni describir lo que aconteció después.  Sólo he de decirle que vi el rojo ardiente y los tonos más grises que he visto en mi vida. Me puse de un color blanco ahogado. Tenía y todavía tengo un gran dolor en la parte inferior trasera desde entonces.

-          Mmmm.  Usted tuvo un exámen rectal.  Le cuento señor Lobsang que ese es el procedimiento oficial al sospechar que una persona lleva drogas encima.

-          Pero ¡Yo no llevaba drogas!

-          Pero los guardias no podían saberlo. Tenían que revisarlo para asegurarse.  Ellos sospechaban que usted las llevaba. 

-          Pero ¿Por qué?  Sólo soy un monje común.

-          Mire señor Lobsang, se ha encontrado droga en las personas más comunes y menos sospechosas.  Al sospechar que alguien lleva droga, esas son las medidas de seguridad normales en un aeropuerto. Sus respuestas no fueron suficientes para calmar las sospechas de los guardias de seguridad.  Es por eso que tuvieron que hacerle un exámen físico. ¿Paso algo más? ¿Le han hecho algo más?  Algo como golpearlo, violarlo, o ¿ponerle el cuchillo en el cuello amenazándolo?

-          No...

-          Entonces me temo que no puedo considerar esto que me ha contado como una denuncia.

-          Oficial, escuche:  En el monasterio me dijeron que fuera a la policía por cualquier cosa que me sucediera que atentara contra mi integridad física.  Perdone que sea tan específico... pero... dos dedos metidos en la profundidad interior de ahí abajo buscando saber qué, atentan contra mi integridad física.  Jalar el amuleto que mi madre, con amor heroíco me regaló, y romperlo, atentan contra mi identidad y mis tradiciones.  Y ahora tengo este cabreo que me lleva al fondo oscuro de los pensamientos pecadores y que no puedo controlar.  Estando en el monasterio digo las oraciones necesarias y encuentro la paz interior.  Los otros monjes me ayudan a deshechar los malos sentimientos.  ¡En cambio este cabreo no se me quita ni versando oraciones infinitas!.  ¡No encuentro paz en mi alma herida!.

-          Perdóne que le diga esto, Señor Lobsang, pero no puedo hacer nada al respecto.  Esto que me esta contando no es suficiente razón para poner una denuncia.  Comprendo que el exámen rectal es un éxamen humillante pero si los guardias de seguridad lo hicieron sólo estaban siguiendo el procedimiento normal de una interrogación a un sospechoso.   Le sugiero que se tranquilice y vaya a su hotel a descansar.  Mañana será otro día.

-          ¿Y mientras que hago para quitarme esos pensamientos pecaminosos?

-          Pues no sé si el Dalai Lama tendrá un número de teléfono o a lo mejor puede orarle pero le sugiero que lo busque y le pida consejo.  Sino puede comunicarse con él, busque a sus hermanos monjes acá en Amsterdam.  A lo mejor ellos le pueden ayudar.  Pero lamentablemente yo como oficial de policía no puedo hacer nada.  

-          Y ¿Qué hago con mi amuleto roto?

Cómprese otro.  Le puedo recomendar una buena joyería en Kalverstraat.  Perdón pero tenemos que desocupar la sala, Señor Lobsang, que hay verdaderas denuncias que tomar.

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